"Sí, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; ..." (1° Cor. 11:31)
Y el momento de poner las cosas derechas es cuando debemos decidir si hacer o no lo que se nos presenta.
La tentación se nos aparece como una buena amiga. Hace posible el fortalecimiento de nuestras áreas más débiles. Cualquiera que sea el área en que golpee a la puerta, nos pone alerta sobre ese peligro particular en nuestro carácter. Y ese es el punto de nuestra decisión.
Este es el punto de juzgarnos a nosotras mismas y de hacer una evaluación que determinará si hemos de seguir a nuestro ego como dueño de nuestras vidas o a Dios como nuestro Señor.
Pero Dios tiene gracia suficiente como para no permitirnos continuar en el camino de una mala decisión. Entonces, es deber del Cuerpo de Cristo el juzgar nuestras acciones y ponernos en disciplina. Y si ellas fallan, Dios no puede fallar. Pero entonces será mucho más penoso y doloroso que si aceptásemos con humildad el juicio de nuestros hermanos sin enojarnos contra ellos.
Cuando uno no se juzga correctamente y tiene que sufrir la disciplina de Dios, nos arrepentiremos, no solamente por lo que pasó, sino más bien por la cantidad de cosas buenas que podrían haber pasado si hubiéramos hecho la decisión de seguir los caminos del Señor.
Deseo Amiga, que siempre estemos conscientes de tomar decisiones basadas en Su Palabra.
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