"Así, pues, todas las veces que comiéreis este pan, y bebiéreis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga." (1°Cor. 11:26)
La sangre de Cristo nunca perderá su poder. Todavía puede librarnos del pecado. Nunca ha cambiado en su intensidad para sanar cuerpos y almas.
La sangre es la misma esencia de la vida eterna, pues la vida comienza en realidad cuando querida Amiga te arrepientes delante del Señor y lo aceptas como tu Salvador.
Juntos tenemos el pan y el vino, los cuales serán para siempre Sus emisarios de vida, victoria y salud espiritual. Estos dos elementos representan Su Cuerpo y Su Sangre. ¿Te das a ti misma tan abiertamente como Cristo se dio? ¿Funcionas como el pan partido y el vino derramado para saciar el hambre y la sed de los demás?¿Puede el mundo ver al Señor Jesucristo en ti?
Has de manifestar y testificar de Su muerte hasta que Él regrese otra vez.
Y eso incluye el acto de muerte en su propia persona. El ego debe morir diariamente para que pueda manifestarse la verdadera vida.
¡Cuán precioso es que antes de que el Señor muriera, Él prometió volver!
Esa es una promesa incondicional. No depende de nada ni de nadie.
¡Él vendrá otra vez! Él volverá tal como lo prometió y nosotras testificaremos de Su muerte en nuestras vidas hasta ese momento glorioso.
Nosotras somos parte de aquel pan y de aquel vino.
ღ.ೋღPatriciaღ.ೋღ
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